VIII Domingo de Tiempo Ordinario Lc 6,39-45
- Juan García
- 26 feb
- 7 Min. de lectura
Entramos en la última sección del Sermón de la llanura (vv.39-49), escrito en forma parabólica y con la intención de que los oyentes evalúen con seriedad las exhortaciones que han escuchado, empezando por examinar la propia vida. La forma se apoya en una estructura paralela que divide en dos grupos a personas, acciones, árboles, ciegos... a la vez que utiliza el sistema de preguntas en el que la respuesta viene dada.
En consonancia con la sección anterior, el discípulo está llamado a vivir una vida radicalmente comprometida con la propuesta de Jesús. A través de la serie de comparaciones de la primera parte de este pasaje, Jesús hace ver que, en su seguimiento, la mediocridad y la falta de autocrítica constituyen el principal obstáculo para la instauración real y efectiva del reino.
Les añadió una parábola: «¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo por encima del maestro. Todo el que esté bien formado, será como su maestro.
Sigue la enseñanza sobre la actitud del discípulo, que terminaba la semana pasada con el "no juzguéis y no os juzgaran". Dirigida aquí a los discípulos, muestra que el fariseísmo es actitud típica que también se puede dar en la comunidad.
La comunidad de Lucas tiene un pequeño grupo de escogidos con la misión de guiar al pueblo, y los cristianos tienen que saber escoger a los buenos maestros de entre ellos. En el aprendizaje hay que seguir al maestro. Nadie puede ser maestro de nadie si no tiene la coherencia necesaria, la humildad de reconocerse en crecimiento, la practica del mensaje y no solo la teoría. Estas son recomendaciones en el seno de la comunidad. Nadie puede erigirse en maestro de nadie. El discípulo sólo puede llegar a ser guía de otros cuando alcanza la talla del maestro.
Jesús previene contra el espíritu farisaico, como hemos visto, que se hacían llamar maestros y doctores, y dictaban sentencias sobre la maldad o bondad de los hombres con criterios legalistas. Y también nos advierte de lo peligroso que puede ser el que un hermano, olvidando sus límites, pretenda convertirse en guía de sus hermanos, quitándole el puesto al único Maestro.
¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: "Hermano, deja que saque la brizna que hay en tu ojo", no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna que hay en el ojo de tu hermano.
La mota y la viga. La crítica y la autocrítica. Una mala interpretación de estas palabras ha llevado a pensar que hay que quitar primero la viga antes que la mota en el ojo ajeno. Y como esto de quitar la viga no resultaba nada fácil, se renunciaba a sacar la mota del ojo del hermano. Se renunciaba a toda clase de critica.
Jesús se refiere a la critica en el seno de la comunidad. En ella un hermano tiene que corregir al otro para que no se desvíe por mal camino. Una crítica fraterna debe de realizarse desde el amor, el conocimiento de uno mismo y la comprensión del otro. De otra forma agrandará las diferencias entre hermanos. Jesús no niega el ejercicio de las criticas, indica en qué condiciones se debe hacer. Antes de criticar hay que autocriticarse, porque no es postura cristiana ni de madurez humana practicar la crítica con el prójimo sin ejercerla con uno mismo. Verse cada día en el espejo del evangelio para ver si el comportamiento se ajusta al plan de Jesús.
La originalidad de los consejos de Jesús, -nos comenta F. Bovon (I, 475)- está en que él mismo toma la iniciativa de esta relación. Las cinco etapas de esta pedagogía, que para Lucas es una pedagogía eclesial, son las siguientes:
1. Renuncia a erigirse en juez de los demás
2. Apertura a las palabras de Jesús, que me interpela con amor y esperanza
3. Reconocimiento de mis faltas graves (las vigas, no solo las pajas)
4. Compromiso de ser otro hombre u otra mujer (quitar la viga)
5. Sólo entonces, la imitación posible de Jesús y el permiso para hacerse maestro del otro. Es preciso que yo sea un ser nuevo para tener derecho a proponerle un pequeño cambio.
Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos, ni de la zarza se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón habla su boca.
Para concluir el discurso, una comparación agraria y otra urbana, en la combinación clásica de aquella cultura que sintetiza la importancia decisiva de la interioridad y la necesidad de traducir la enseñanza en conducta.
Quien se autocrítica, aprende a ver con compasión. La mejor comprobación de la verdad que hay dentro de nosotros y que impide autojustificaciones, son las obras. "Todo árbol se conoce por sus frutos". Los frutos serán los del amor: la fraternidad, la justicia, la igualdad, la paz, la alegría de participar en la alegría compartida, el gozo de sentir que la pobreza de cada uno se convierte en fuerza incontenible, aunque no violenta, y en riqueza compartida.
Las obras. Obras son amores y no buenas razones, decimos. Estamos llenos de buenos deseos, incluso con una sinceridad brutal, pero lo importante son las obras hechas con amor. La mala lengua, la que hace daño hasta cuando calla, como todo lo que injustamente provoca sufrimiento y tristeza, será siempre fruto de un árbol con el corazón podrido.

PREGUNTAS
1.-¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?
Durante todo el Discurso de la Llanura Jesús ha ofrecido a sus discípulos un camino de luz y vida para el seguimiento, no exento de dificultades. Es el camino que los llevará a la dicha completa. Pero los discípulos han estado ciegos en verlo. Así no pueden ser testigos.
A nosotros también nos pasará algo parecido. Solo se transmite lo que se vive. Y si no estamos llenos de paz en el corazón, no podemos transmitir paz. Si no estamos llenos de compasión, de perdón, de honestidad y coherencia en nuestra vida, no podemos transmitir nada. Seremos ciegos que quieren guiar a otros ciegos.
• ¿Que tal ando de ceguera?
2.-¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?
Jesús no niega el ejercicio de la critica constructiva. El mismo denuncia la hipocresía y los desmanes de los poderosos de su época. Pero nos recomienda la autocrítica, el mirarse al espejo y ver si nuestro comportamiento es coherente con lo que queremos que cambie. Quien se autocritica sabrá ver con compasión-misericordia y ayudará mejor al prójimo a quitarse su mota.
• ¿Me cuesta hacer el ejercicio tan saludable de la autocrítica?
• ¿Por quitar primero mi viga, me disculpa de hacer ver al hermano su mota? ¿Paso de aquello que veo mal por miedo a las criticas?
Es un evangelio que nos llama a la honestidad. Ser honesto es mirar de frente la realidad nos guste o no; es mirarse en un espejo sin romperlo de un puñetazo porque no es agradable lo que vemos en él, sin volverle la espalda para olvidar lo que hemos visto. El que se somete a la prueba de la verdad podrá luego servir de espejo a otros.
• ¿Huyo de la confrontación de los demás? ¿Dejo que me ayuden, aunque me duela lo que me digan y lo que me hagan ver?
3.-Cada árbol se conoce por sus frutos... El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien...
No por mucho hablar, ni por mucho saber, ni por mucho ganar, ni por mucho querer... sino que son las obras las que darán el veredicto de la bondad o maldad de cada uno de nosotros, la medida de la viga o de la mota del ojo. Al final solo cuentan las obras, y las obras hechas con un amor sin medida.
En una sociedad dañada por tantas injusticias y abusos, nos sugiere Pagola, donde crecen las "zarzas" de los intereses y las mutuas rivalidades, y donde brotan tantos "espinos" de odios, discordia y agresividad, son necesarias personas sanas que den otra clase de frutos. ¿Qué podemos hacer cada uno para sanar un poco la convivencia social tan dañada entre nosotros? Tal vez hemos de empezar por no hacerle a nadie la vida más difícil de lo que ya es. Esforzarnos por vivir de tal manera que, al menos junto a nosotros, la vida sea más humana y llevadera. No envenenar el ambiente con nuestro pesimismo, nuestra amargura y agresividad. Crear en nuestro entorno unas relaciones diferentes hechas de confianza, bondad y cordialidad.
Son necesarias también personas que sepan acoger. Cuando escuchamos y acogemos a alguien, lo estamos liberando de la soledad y le estamos infundiendo nuevas fuerzas para vivir. Qué gran tarea puede ser hoy ofrecer refugio, acogida y respiro a tantas personas maltratadas por la vida.
Hemos de desarrollar también mucho más la capacidad de comprensión. Que las personas sepan que, hagan lo que hagan y por muy graves que sean sus errores, en mí encontrarán siempre a alguien que las comprenderá. Tal vez hemos de empezar por no despreciar a nadie ni siquiera interiormente. No condenar ni juzgar precipitadamente y sin compasión alguna. La mayoría de nuestros juicios y condenas de las personas sólo muestran nuestra poca calidad humana. Es también importante poner fuerza interior en el que sufre.
Junto a nosotros hay personas que sufren inseguridad, soledad, fracaso, enfermedad, incomprensión... No necesitan sólo recetas para resolver su crisis. Necesitan a alguien que comparta su sufrimiento y ponga en sus vidas la fuerza interior que las sostenga.
El perdón puede ser otra fuente de esperanza en nuestra sociedad. Las personas que no guardan rencor ni alimentan de manera insana el odio o la venganza, sino que saben perdonar desde dentro, siembran esperanza en el mundo. Junto a esas personas siempre crecerá la vida. Y todas estas actitudes salen de la bondad del corazón.
El pensamiento de Jesús es claro: el hombre auténtico se construye desde dentro. Es la conciencia la que ha de orientar y dirigir la vida de la persona. Lo decisivo es el «corazón», ese lugar secreto e íntimo de nuestra libertad donde no nos podemos engañar a nosotros mismos. Según ese «despertador de conciencias» que es Jesús, ahí se juega lo mejor y lo peor de nuestra existencia.
• ¿Qué obras mías pueden ser juzgadas? ¿Me fijo más en las obras de los demás o solo en su oficio, en su título universitario o en su cuenta corriente?
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