VII Domingo de Tiempo Ordinario Lc 6,27-38
- Juan García
- 20 feb
- 7 Min. de lectura
Amor a los enemigos. Aquellos que aparecen como dichosos en las bienaventuranzas, se encuentran en una nueva relación con Dios (son sus hijos, Lc 6,36). Y esta nueva relación engendra un nuevo comportamiento con los demás. Lucas nos dice que los cristianos han sido transformados en la totalidad de su persona: en sus sentimientos, el amor sustituye al odio; en sus palabras, la bendición a la maldición; en sus acciones, la no violencia a la violencia.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también tu túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten.
El tema central del sermón del monte y el fundamento de la nueva sociedad es el amor sin distinción, incluso a los enemigos. El amor al enemigo es la novedad más profunda e impactante del discurso programático de Jesús. Amar sin medida, amar sin límites. Y no es que Jesús viviera en una sociedad sin violencia, en un país liberado y pacífico. Jesús vivió en una época violenta y en una atmósfera de violencia. La violencia está ahí, rodeando los entresijos de la vida cotidiana. Jesús va a proponer otro camino. Va a desplazar aún más las fronteras de la posibilidad de la convivencia humana, hablando no ya de una venganza limitada, como era la ley del talión, sino de otros valores: el poder de la debilidad y el amor a los enemigos. Jesús supera el principio de reciprocidad y de represalia. La violencia es un absurdo de la vida humana, es el camino de la destrucción. Si hay odio, seamos realistas, solo podemos combatirlo con las armas del amor. Es una nueva revolución. Y en el centro suena la regla de oro: tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Otros textos y culturas la han formulado en términos negativos ("no hagas...") Jesús la formula en forma positiva y más exigente.
Pues, si amáis solo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que les aman. Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis solo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores con intención de cobrárselo. ¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien, y prestad sin esperar nada: Tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo que es bueno con los malvados y desagradecidos.
El mandamiento del amor a los enemigos, incluso desde su formulación en la "regla de oro" se presenta ahora en contraste con la moralidad de los pecadores; el amor y la estima reciproca, pero limitada a esa reciprocidad, no basta para definir la actitud verdaderamente cristiana del discípulo.
Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis la usarán con vosotros.
El hombre que se abre al amor se vuelve generoso y compasivo como el Padre. Él mismo se fabrica la medida con la que va a ser recompensado. Compasión, apertura de entrañas, sentir con, dejarse llenar de, es vivir como Jesús lo hizo, encontrar esa alegría que solo se encuentra en el darse sin medida porque esa es la medida del abrazo de Dios. En resumen: las únicas armas que propone Jesús para la realización de este proyecto de sociedad nueva son el amor, la bendición, empezando por los enemigos, y la oración; el perdón activo, entendido como pasar por alto una ofensa a condición de que el agresor tome conciencia del mal que causa, y cambie (29); el compartir generoso como reacción contra la codicia (30); el rechazo decidido a la avaricia y a la usura como causas fundantes del enriquecimiento de unos y empobrecimiento de otros (34s); en una palabra, obrar con los demás como quisiéramos que los demás obraran con nosotros (31)

PREGUNTAS
1. Pues, si amáis solo a los que os aman, ¿Qué mérito tenéis?
Las exigencias de la renuncia a la violencia y del amor al enemigo cuestionan radicalmente nuestro comportamiento normal. Sabiendo los motivos que nos ofrece el evangelio de Mateo y Lucas, se clarificaran mejor las otras respuestas. Saco estas conclusiones de un estudio que hace Gerd Theissen (Estudios de sociología del cristianismo primitivo. Sígueme):
1. El primer motivo es la imitación de Dios. El amor a los enemigos, según Mt es un comportamiento soberano que hace al hombre semejante a Dios. Lo eleva por encima de la situación, tan alto, como el sol lo está sobre lo bueno y lo malo: "Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen. Así os haréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos" (Mt 5,44-45) Como vemos el amor a los enemigos es expresión de una actitud regia, un signo de los hijos de Dios. En Lucas es diferente, mientras que en Mateo ser hijo es una meta del comportamiento humano: "así os haréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo", en Lucas es su premio: "y vuestro premio será grande, y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos (Lc 6,35)
2. El segundo motivo es el del contraste. Las motivaciones del amor al enemigo y de la renuncia a la violencia no descansan solamente en la relación con Dios, sino en la relación con los demás hombres. Es evidente que el contraste con otros grupos es un impulso importante para la realización de estas exigencias. Estos grupos son denominados por Mateo como paganos y publicanos: "Pero si amáis a los que os aman, ¿qué premio tenéis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis solo a vuestros hermanos ¿que hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? (Mt 5,46) Lucas nombra tres veces a los "pecadores", la categoría más general que se puede formular y que en el fondo no se puede identificar con ningún grupo social concreto. Se trata de grupos con los que pueden contrastar también los cristianos procedentes del paganismo.
3. El tercer motivo es el de la reciprocidad. Los críticos de ella dicen que no se espera nada a cambio cuando se ama al enemigo. Lucas pone esta sentencia de Jesús en un grupo de dichos de Jesús: "y según queréis que os hagan los hombres, del mismo modo hacedles vosotros"(Lc 6,31). Y plantea la pregunta: Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?... Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros... Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir... Lucas comprende el amor a los enemigos y la renuncia a la violencia, como expresión de la regla de oro, de amar por encima de todo y esperar del otro el mismo comportamiento, de romper la espiral de violencia. Y espera agradecimiento, no define si de Dios o a la larga, cuando encajen bien todas las cosas, del mismo ofensor o de todas las gentes.
2. Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo.
Desde la invasión de la cultura helénica iniciada con Alejandro Magno, el pueblo judío se vio obligado a defender con todas sus fuerzas su propia identidad frente al paganismo y se interpretó el Código de santidad (Lv19-26) como una estrategia de separación de lo impuro, lo no santo, lo que podía contaminar al pueblo. La exigencia radical estaba formulada de manera precisa en el viejo libro del Levítico: «Sed santos porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo». El pueblo de Dios ha de ser santo, como el Dios que habita en el templo, un Dios que rechaza a los paganos, los pecadores e impuros, y bendice a su pueblo elegido, a los observantes de la Ley y a los puros. La santidad es la cualidad esencial de Dios. El ideal es ser santos como Dios es santo. Jesús lo captó enseguida. Esta visión religiosa no respondía a su experiencia de un Dios compasivo y acogedor, y con una lucidez y una audacia sorprendentes, introdujo en aquella sociedad un nuevo principio que lo trasformaba todo: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo». Es la compasión y no la santidad el principio que ha de inspirar la conducta humana. Jesús no niega la «santidad» de Dios, pero lo que cualifica esa santidad no es la separación de lo impuro, el rechazo de lo no santo. Dios es grande y santo, no porque rechaza y excluye a paganos, pecadores e impuros, sino porque ama a todos sin excluir a nadie de su compasión. Para Jesús, Dios es compasión. «Entrañas», diría él, «rahamim». Esta es su imagen preferida. La compasión es el modo de ser de Dios, su primera reacción ante sus criaturas, su manera de ver la vida y de mirar a las personas, lo que mueve y dirige toda su actuación. Dios siente hacia sus criaturas lo que una madre siente hacia el hijo que lleva en su vientre. Dios nos lleva en sus entrañas de madre. Hoy la compasión-misericordia, nos hace salir de nosotros mismos, nos impide pasar de largo por el sufrimiento de los demás, nos descubre la cara oculta de la realidad a veces tapada con máscaras, nos hace sentir-padecer-con, no tolerando el fácil paternalismo sino buscando las raíces del sufrimiento y luchando por ello. La compasión-misericordia denuncia y desenmascara el ansia de poder, la codicia y la prepotencia que está en la raíz de la discriminación entre ricos y pobres. Nos capacita para escuchar el gemido de los que sufren. Y a organizarnos para ser eficaces.
• ¿Qué preguntas te haces después de estudiar y orar este evangelio sobre todo en la situación actual?
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