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Los Felices

  • Maite
  • 14 feb
  • 2 Min. de lectura

Según las palabras de Jesús, los felices no nacen, se hacen. Y se hacen a golpe de opción, de elecciones en la vida, de posicionarse a un lado y no al otro. Son, en realidad, los que, según la primera lectura y el salmo, confían en el Señor.


Confiar en el Señor es afianzar la casa propia sobre la roca de su palabra, guardándola con fidelidad y cumpliéndola. Encontrando en ella la vida eterna, sin fin; la luz y la fuerza para el camino, el Espíritu que mana con fuerza desde dentro de uno mismo, como una fuente, y guía, inspira, sostiene y alienta.


Desde aquí se da una auténtica conversión a una serie de contravalores para la sociedad en general. Se puede vivir buscando la saciedad y el hartazgo en todo, el consuelo y los parabienes y cumplidos por doquier, la alegría desenfrenada y sin fundamento del animal sano. Pero la felicidad no se encuentra ahí: en el engorde del ego y su realización.


Jesús indica otro camino de realización y plenitud del yo auténtico, que es el que crece por vía de desposesión, de vacío, de matar de hambre al ego. Es el camino que opta por la pobreza, el hambre y las lágrimas, los insultos y calumnias cuando nos decidimos a servir a los demás y hacer nuestras sus pobrezas y carencias. Es, en fin, el camino del que ama, y vive girado hacia los demás y no encorvado sobre sí mismo.


Es el camino que lleva en pos de Jesús; de transformación en él, de asimilación con él. El del discípulo y el amante. Porque pasó haciendo el bien y sirviendo, haciéndose el último de todos, abajándose para sentarse a la mesa con todos, desde la pobreza material y espiritual, desde el llanto por ver el rechazo de la gente a la llegada del reino y la bondad y misericordia del Padre, desde el hambre y la pasión por ese reino, desde el odio y la persecución por ser fiel a su experiencia del Padre.


Y Jesús no fue desdichado por elegir vivir como lo hizo. Fue un hombre enamorado de Dios, de sus hermanos, los hombres y mujeres, de la vida y la belleza de todo lo creado.


Felices los que eligen el camino que lleva a la vida. En el olvido de sí y el cuidado de los otros han encontrado lo que de verdad merece la pena.



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