Los discípulos de Jesús
- Francisco Echevarría
- 20 feb
- 2 Min. de lectura
Junto con las bienaventuranzas, posiblemente sea Lc 6,27-28 uno de los textos del Nuevo Testamento que mejor recoge el pensamiento específicamente cristiano sobre las relaciones humanas. La segunda parte del sermón, que el evangelista pone en boca de Jesús, agrupa una serie de dichos suyos difíciles de aceptar. Sus palabras parecen más una utopía que una propuesta ética. Según este pasaje evangélico, son cuatro las notas que definen a un discípulo de Cristo: el amor al enemigo, la renuncia a los propios derechos por amor, la capacidad de verse a sí mismo en el otro y la compasión, que es un sentimiento propio de Dios.
El amor al enemigo consiste en devolver bien por mal: hacer el bien al que nos odia, bendecir al que nos maldice y orar por el que nos injuria. Este ideal resulta humanamente imposible si se considera un asunto privado entre cada uno y su enemigo. Pero, si incluimos al Maestro, la cosa cambia y el sentido del texto viene a ser que todo el que mantiene con Jesús una relación profunda y comprometida ama necesariamente a su enemigo y lo trata como a un hermano. Sólo se puede amar al enemigo si se le ve como a un hermano.
El asunto de la mejilla, el manto y la reclamación sugiere que las enseñanzas que siguen se sitúan en el contexto de un tribunal. Vienen a decir: cuando tu enemigo proceda contra ti injustamente, cede tus derechos y nunca procedas contra nadie. La verdad es que -en estos tiempos de tanta violencia- resulta un mensaje demasiado difícil de aceptar. Pero así son las cosas.
La regla de oro -tratar a los demás como queremos que ellos nos traten- es una norma ética que también se aplica al enemigo. Si éste pasa necesidad, hay que echarle una mano. Su validez, por tanto, está fuera de duda, aunque haya quienes piensan que es no se puede aplicar. El Evangelio es como una receta: sólo se sabe lo buena que es cuando se cocina, pero hay quienes -con sólo leerla- creen que no da resultado.
El último rasgo del discípulo es la compasión. En este caso, Dios es el punto de referencia. Se manifiesta en cuatro comportamientos: no juzgar, no condenar, perdonar y dar con generosidad. La compasión es uno de los sentimientos más genuinamente humanos, cuando el corazón está sano. Su ausencia indica un corazón herido, una herida vieja.
Al leer este pasaje de Lucas y proyectar su luz sobre nuestro tiempo, es inevitable sentir una cierta desazón por la lectura del mismo tan acomodaticia que, con frecuencia, hemos hecho los cristianos. Alguien ha dicho que el Evangelio está por estrenar y yo añadiría: desgraciadamente. Porque ¡qué distinto sería el mundo, si las palabras del Maestro de Galilea hubieran calado -no ya en el mundo- sino en el corazón de quienes nos llamamos discípulos suyos!

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