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Lo que rebosa el corazón

  • Maite
  • 28 feb
  • 2 Min. de lectura

Puede que algunas palabras se las lleve el viento, pero otras se clavan como puñales. El efecto que hagan o dejen de hacer dependerá de dónde salen, qué rebosan, porque pueden salir de un corazón fraterno y agradecido o de uno amargado y rencoroso.


El amor cuesta y duele, por eso, hasta Santa Teresa hablaba de los que corrigen a sus amigos cuando ven que es necesario, experimentando en carne propia lo que cuesta la reprensión o llamada de atención. Pero, por otro lado, el que ama no puede ver al otro errado en el camino sin advertirle. Es superior a él intentar poner remedio dando luz al que cae o yerra, aunque se juegue la propia tranquilidad e incluso la amistad. Una corrección hecha del modo adecuado, es decir, con caridad y amor verdadero, brota de un corazón auténtico que sabe amar. Con ese amor que se pone al servicio del otro, buscando su bien y no el provecho propio.


Antes que Santiago, el apóstol, y sus disquisiciones sobre la lengua, ese pequeño órgano todopoderoso, el autor del Eclesiástico ya sabía que en el hablar es “donde se prueba una persona”, donde se ve qué rebosa su corazón, qué tiene dentro. En cambio, el salmista tiene claro lo bueno que es dar gracias al Señor. Y es que, la acción de gracias nace de un corazón agradecido, acogedor, libre y olvidado de sí. El que nunca encuentra motivos para dar gracias vive girando en torno a sí, y su corazón se obstina en la negatividad y el pesimismo.


Las palabras bondadosas y amables siempre darán fe de un corazón sosegado y limpio, centrado y maduro, acrisolado en las pruebas y victorioso en ellas. El corazón de un seguidor de Jesús.


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