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IV Domingo de Cuaresma Lc 15,1-3.11-32

Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con ellos.»


La manera de proceder de Jesús ha escandalizado a los bien pensantes de la época. Demasiado a menudo ha sido visto rodeado e incluso compartiendo mesa con la chusma de pecadores de Israel. Se deja acompañar por gente de mala reputación, impura, transgresora de las costumbres y de los mínimos socioreligiosos, gente no amiga de templos, sacrificios, oraciones…, personas "al margen". Y surgen las críticas. Como respuesta, Jesús les propone una parábola, precedida de dos analogías (la oveja perdida y la moneda). Las parábolas, fueron dichas no a los pobres, sino a los contrarios, nos dice J. Jeremías. Y así les obliga a que dirijan su mirada hacia los pobres. Y no solo hacia los pobres sino también hacia sí mismos. Y donde con más luz aparece la justificación del anuncio de la Buena Nueva a los despreciados y abandonados es en esta parábola del hijo pródigo que más exactamente, insiste J. Jeremías, debiera llamarse la parábola del amor del padre, o del padre amoroso.


Dijo: «Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde." Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino.


Nos encontramos en una típica familia campesina de la época. La tierra es la gran riqueza. Grave problema si se divide. El hijo lo exige. Uno puede imaginar largos diálogos padre-hijo, caras largas, tal vez gritos. Pero al padre le importa más la libertad del hijo, su relación con él, que las tierras. Le respeta la libertad, ha apostado por ella. Calla y espera, sabe que el hijo ya no es un niño y comprende que desee hacer su vida y emanciparse. Accede con dolor, a cambio de la "madurez" del hijo, que no es retenido en casa. El padre sufre porque sabe que el hijo puede utilizar bien o dilapidar los bienes… y la madurez. El hijo menor nos introduce en el tema de la convivencia, siempre difícil en el hogar a cierta edad, ante el ansia de libertad, el deseo de ensanchar el mundo, la falta de medios económicos que siente todavía los hijos dependientes de los padres y que se quiere poner fin deprisa y corriendo. Conseguido los bienes, el hijo no pierde tiempo en venderlos. Con el dinero en mano se marcha a un país lejano de cuyas grandezas habría oído habla a los numerosos judíos que emigraban a las grandes ciudades del Imperio romano. Pensaría que él también conseguiría éxito con qué asombrar a sus vecinos.


«Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba.


El espacio se amplía respecto a la casa familiar, pero los vínculos personales se debilitan y con esa vida de despilfarro, llevada a tope, sin mirar consecuencias futuras, el dinero se le fue como agua entre las manos. Nuestro personaje está falto de todo. ¡Qué distintos han sido sus sueños comparados con la cruel realidad! Tendría que ponerse a trabajar, pero ¿en qué? Le ofrecen un puesto de pastor de cerdos. El dueño no debía ser judío. Se resiste, siente vergüenza. Sabe que contrae impureza ritual. Pero el hambre aprieta. Y acepta. El hambre se acompaña con la sensación de desamparo, ya que el chico se queja de que nadie le ayuda. De esta constatación nace un viaje interior que hace pivotar al relato.


Y entrando en sí mismo, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros."


El relato de Jesús sobre las aventuras del hijo menor cede su lugar a un monólogo del desgraciado, que nos abre la puerta de sus pensamientos. Seguramente con lágrimas comienza a recordar su vida familiar, su hogar. Y, con los recuerdos, vio su salvación. Está claro que lo hace movido por el hambre y no por el amor a su padre o por el reconocimiento de su error. La categoría de jornalero era la menos considerada, pues se contrataban para el día, lo que les dejaba en una situación de indefensión ante las dificultades de la vida. El hijo quiere ingresar en las filas de estos obreros. La confesión que prepara continúa con una declaración de indignidad: ya no merece que en su casa le traten como a un hijo. Pero ¿hay verdadero arrepentimiento cuando su vuelta es provocada por el hambre? A Lucas eso no le interesa. Lo importante es que la luz entra en su alma, aunque sea por el camino del hambre. Vive aquello que escribiera Péguy: la gracia de Dios es terca, si encuentra cerrada la puerta de la calle, entra por la ventana."


Y, levantándose, partió hacia su padre. Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y lo cubrió de besos. El hijo le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado." Y comenzaron la fiesta.


El padre es el verdadero protagonista de esta maravillosa historia. El padre había respetado la libertad de su hijo pequeño. Le había dejado marchar con aparente desinterés, pero con el corazón, en realidad, destrozado. Él le conocía bien. Sabía que aquello había sido una calaverada: el muchacho no era malo. Volvería. Y porque sabía que volvería, se pasaba las horas muertas en la ventana, fijos los ojos por el camino por el que partió. ¿Cómo pudo reconocerle en la distancia? Partió a caballo, y regresaba a pie; se fue vestido de sedas, y volvía envuelto en harapos; marchó joven y reluciente, y venia flaco y envejecido. Nadie le hubiera reconocido. Nadie que no fuera su padre. El, sí. Al padre se le conmovieron las entrañas, (splanchnizesthai), un verbo típico de Lucas, que quiere expresar la profundidad de la emoción Y es que en realidad este padre tiene más necesidad de perdonar que el hijo de ser perdonado. Con el perdón, el hijo recupera la comodidad, el padre recupera el corazón; con el perdón el muchacho volverá a comer, el padre volverá a poder dormir. Y no supo esperar, a que el muchacho llegara a arrojarse a sus pies. Cualquiera lo hubiera hecho. Salió corriendo con toda la prisa que le permitían sus piernas y sus pulmones, abrazó a su hijo antes de que él pudiera pensar en abrazarle. El evangelista nos pinta de maravilla la implicación del padre, a través de los sentidos y órganos, su donación total:


• Sus ojos: "estando lejos, lo vio".

• Su hondo interior: "se conmovieron sus entrañas"

• Sus pies: "corriendo".

• Sus brazos y sus manos: "se echó sobre el cuello".

• Sus labios: "lo cubrió de besos".


El muchacho había preparado su "discursito". El padre parece que está oyendo tonterías y se pone a gritar para que preparen el banquete, traigan los mejores vestidos y las más valiosas joyas, porque este hijo mío (y ¡cómo lo subraya!) que había muerto... Y comenzó el banquete"


Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: "Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano." El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: "Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!" Pero él le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado."


"El hermano mayor, -comenta M. Descalzo a quien he seguido-, se hallaba en el campo. Al regresar oye la música y se enfada. ¡Extraño hijo éste! Sabe que su padre está destrozado desde que se marchó el pequeño; sabe que desde que se marchó no hay en su casa otra cosa que lamentos... y, cuando oye música y júbilo en el interior, no se le ocurre qué pueda ser aquello. ¿Es que podía haber otra causa que alegrara así a su padre? Curiosamente este hermano mayor sabía de su casa, estando en ella, menos que el pequeño en el lejano criadero de cerdos ¡Tuvo que preguntar! Y, naturalmente se encolerizó al enterarse. ¡Aquello no era justo! La santa justicia subió a sus labios para disimular su sucia envidia. ¿Envidia? Si, sus palabras posteriores la rezuman Y no quería entrar. Es la "rabieta" de los "justos". ¿Cómo iba mezclarse con semejante tipo? Y también a éste salió a buscarle el padre. Porque él recibe no solo al que viene hacia la casa, sino también al que se niega a venir. Se puede haber llamado también "la parábola de los hijos perdidos". No solo se perdió el hijo menor, que se marchó de casa en busca de libertad y felicidad, también el que se quedo en casa se perdió. Aparentemente hizo lo que un buen hijo debe hacer, pero interiormente se fue lejos de su padre. Trabajaba muy duro todos los días y cumplía con sus obligaciones, pero cada vez era más desgraciado y menos libre. No se había perdido en un país lejano, pero se encuentra perdido en su propio resentimiento. Cuando se escuchan las palabras con que el hijo mayor ataca a su padre se ve que hay una queja más profunda. Es la queja que llega de un corazón que siente que nunca ha recibido lo que le corresponde.

PREGUNTAS


1. PUBLICANOS Y PECADORES.


También hoy existe el rechazo, la crítica, incluso la persecución y la muerte para aquellos que no son como nosotros, de nuestra raza, religión... Dios no establece diferencias entre sus hijos. No hay unos mejor situados que otros ante Dios. Los que parten, los que se quedan, los que vuelven, los pecadores y los santos, todos son hijos suyos a los que ama con el mismo amor.

• ¿Qué hago cuando veo racismo, rechazo, y violencia?

• ¿Paso de ello, o me enfrento, creo opinión, y participo en los programas de integración y acogida?


2. JESÚS ME HA CONTADO MI VIDA.


Yo también, con frecuencia, busco fuera lo que tengo dentro. Soy como EL HIJO PEQUEÑO. Quiero disfrutar de la vida, de los dones de Dios, pero sin Dios. Rechazo todo tipo de dependencia y autoridad creyendo que sin Dios es posible la vida plena, la felicidad. De ahí que ande sin norte y a tientas. “Todos hemos preferido la tierra lejana al hogar, nos amplia H. Nouwen (Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt) Dejar el hogar es mucho más que un simple acontecimiento ligado a un lugar y a un momento. Es la negación de la realidad espiritual de que pertenezco a Dios con todo mí ser, de que Dios me tiene a salvo en un abrazo eterno, de que estoy grabado en la palma de las manos de Dios y de que estoy escondido en sus sombras. Dejar el hogar significa ignorar la verdad de que Dios me ha moldeado en secreto, me ha formado en las profundidades de la tierra y me ha tejido en el seno de mi madre (Sal 139, 13-15). Dejar el hogar significa vivir como si no tuviera casa y tuviera que ir de un lado a otro tratando de encontrar una.” El hogar es el centro de mi ser, allí donde puedo oír la voz que dice: "Tú eres mi hijo amado, en quien me complazco".


Pero hay muchas otras voces, voces fuertes, voces llenas de promesas muy seductoras, que dicen: sal y demuestra que vales. Niegan que el amor sea un regalo completamente gratuito. Cuando olvido la voz del amor incondicional, estas sugerencias inocentes pueden comenzar a dominar mi vida y empujarme hacia el "país lejano". No me resulta nada difícil reconocer cuando ocurre esto. Cólera, resentimiento, celos, deseos de venganza, lujuria, codicia, antagonismo y rivalidades son las señales que me indican que me he ido de casa. Tengo tanto miedo a no gustar, a que me censuren, a que me dejen de lado, a que no me tengan en cuenta, a que me persigan, que constantemente estoy inventando estrategias nuevas para defenderme y asegurarme el amor que creo que necesito y merezco. Y al hacerlo, me alejo más y más de la casa de mi padre y elijo vivir en un "país lejano". Y sigo corriendo por todas partes preguntando: "¿Me quieres? ¿Realmente me quieres?" Y concedo todo el poder a las voces del mundo. El mundo me dice: "Sí, te quiero si eres guapo, inteligente y gozas de buena salud.


Te quiero si tienes una buena educación, un buen trabajo y buenos contactos influyentes. Te quiero si produces mucho, vendes mucho y compras mucho". Estos "sies" me esclavizan, porque es imposible responder de forma correcta a todos ellos. El amor del mundo es y será siempre condicional. Mientras siga buscando mi verdadero yo en el mundo del amor condicional, seguiré "enganchado" al mundo, intentándolo, fallando, volviéndolo a intentar. Es un mundo que fomenta las adicciones porque lo que ofrece no puede satisfacerme en lo profundo de mi corazón. En estos tiempos de crecientes adicciones, nos hemos ido muy lejos de la casa del Padre. Una vida adicta puede describirse como una vida en "un país lejano".


Soy el hijo prodigo cada vez que busco el amor incondicional donde no puede hallarse”. Nuestro querido Papa Francisco nos lo repite con mucha frecuencia. Ha recordado varias veces a los cristianos la necesidad de despojarse del espíritu mundano, que adopta múltiples caras: el apego a criterios y grandezas del mundo, la indiferencia hacia los que sufren, el progresismo adolescente, la superficialidad o la astucia de la corrupción. “Y pidamos al Señor por la Iglesia, para que el Señor la custodie de toda forma de mundanidad. Que el Señor nos de la gracia de mantener y custodiar nuestra identidad cristiana contra el espíritu de la mundanidad que siempre crece, se justifica y contagia”.


Y dentro de la iglesia practico más la norma que la misericordia, la distancia y rectitud que la cercanía y la ternura, como EL HIJO MAYOR. Es el prototipo del hombre religioso y observante, el fariseo consciente de su virtud. No puede entender el gozo porque el padre acoge a un pecador, no quiere sentarse junto a los impuros. Se sitúa ante el padre como justo. Quiere funcionar con relaciones de justicia y no de misericordia y no entiende nada del corazón del padre. El padre sale a pedirle que entre (tampoco ahora actúa según la manera oriental de proceder). Se le debió romper el corazón descubriendo cómo su hijo lo ha considerado como un "padre-patrón", que en casa no era libre, sino que se comportaba como un trabajador.


“Se puede haber llamado también "la parábola delos hijos perdidos", nos sigue comentando Nouwen. No solo se perdió el hijo menor, que se marchó de casa en busca de libertad y felicidad, también el que se quedo en casa se perdió. Aparentemente hizo lo que un buen hijo debe hacer, pero interiormente se fue lejos de su padre. Trabajaba muy duro todos los días y cumplía con sus obligaciones, pero cada vez era más desgraciado y menos libre. La obediencia y el deber se han convertido en una carga, y el servicio en esclavitud.


Hay mucho resentimiento entre los "justos" y los "rectos". Hay mucho juicio, condena y prejuicio entre los "santos". Hay mucha ira entre la gente que está tan preocupada por evitar el "pecado". Es la queja expresada de mil maneras, que termina creando un fondo de resentimiento. Es el lamento que grita: he trabajado tan duro, he hecho tanto y todavía no he recibido lo que los demás consiguen tan fácilmente. ¿Por qué la gente no me da las gracias, no me invita, no se divierte conmigo, no me agasaja, y sin embargo presta tanta atención a los que viven la vida tan frívolamente?" Es en esta queja donde descubro al hijo mayor que hay dentro de mí. Hay un enorme y oscuro poder en esta queja interior. La condena a los otros, la condena a mi mismo, el fariseísmo y el rechazo, van creciendo más y más fuertemente. Desde esta perspectiva se comprende la incapacidad del hijo mayor para compartir la alegría del padre.

• ¿En qué comportamientos y actitudes de esta historia me veo reflejado?

• ¿A qué hijo me parezco más?


3. MI PADRE-MADRE DIOS.


El padre que se asoma a la ventana y nos espera siempre. Con el que se puede hablar y en cuyos brazos se está seguro. El que no impone, el que nos hace libres y nos llama a la libertad. El que nos invita a ser nosotros mismos, la roca donde edificar toda una vida. El que nos invita a una fiesta sin final. El que…El que… “El padre quiere que regresen los dos hijos, el menor y también el mayor. También el hijo mayor necesita ser encontrado y conducido a la casa de la alegría. El amor del Padre no fuerza al amado. Aunque quiere curarnos a todos de nuestra oscuridad interior, somos libres para elegir permanecer en la oscuridad o caminar hacia la luz del amor de Dios. Dios está allí. La luz de Dios está allí. El perdón de Dios está allí. El amor sin fronteras de Dios está allí. Lo que está claro es que Dios siempre está allí, siempre dispuesto a dar y perdonar, independientemente de lo que nosotros respondamos.


El amor de Dios no depende de nuestro arrepentimiento o de nuestros cambios. Ya sea el hijo mayor o el menor, el único deseo de Dios es llevarme a casa. Tengo la opción de mirar en los ojos del único que salió en mi busca y reconocer que todo lo que soy y tengo es puro don que debo agradecer”. La parábola es la historia que habla del amor que ya existía antes de cualquier rechazo y que está presente después de que se hayan producido todos los rechazos. Es el amor primero y duradero de un Dios que es Padre y Madre. Es la fuente del amor humano, incluso del más limitado.


Toda la vida y predicación de Jesús estuvo dirigida a un único fin: revelar el inagotable e ilimitado amor materno y paterno de su Dios y mostrar el camino para dejar que ese amor dirija nuestra vida diaria. ¿Es posible que Dios sea así? ¿Como un padre que no se guarda para sí su herencia, que respeta totalmente el comportamiento de sus hijos, que no anda obsesionado por su moralidad y que, rompiendo las reglas convencionales de lo justo y correcto, busca para ellos una vida digna y dichosa? ¿Será esta la mejor metáfora de Dios?: un padre acogiendo con los brazos abiertos a los que andan “perdidos” fuera de casa, y suplicando a cuantos lo contemplan y le escuchan que acojan con compasión a todos.


La parábola significa una verdadera “revolución” ¿Será esto el reino de Dios? ¿Un Padre que mira a sus criaturas con amor increíble y busca conducir la historia humana hacia una fiesta final donde se celebre la vida, el perdón y la liberación definitiva de todo lo que esclaviza y degrada al ser humano? Jesús habla de un banquete espléndido para todos, habla de música y de danzas, de hombres perdidos que desatan la ternura de su padre, de hermanos llamados a perdonarse ¿Será esta la buena noticia de Dios?

• ¿Qué imagen tengo de Dios? ¿Es el Dios de Jesús?

• ¿Confío en El poniendo en sus manos mis angustias y temores?


4. ¿PUEDO SER EL PADRE?


Me veo reflejado en los dos hijos. Soy como el pequeño, buscador incansable de felicidad fuera del “hogar”. Soy como el mayor buscando reconocimiento por mi fidelidad y obediencia a normas. Situándome siempre en clave de justicia, no de misericordia y compasión, no de amor y ternura. En clave de justicia nadie se salva. Jesús nos ha dicho en el sermón de la llanura: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”.


En esta parábola me ha contado cómo es Dios no solo para mostrarme lo que Dios siente por mí, o para perdonarme los pecados y ofrecerme una vida nueva y mucha felicidad, sino para invitarme a ser como Dios y para que sea tan misericordioso con los demás como lo es El conmigo. Estoy destinado a entrar en el lugar del Padre y ofrecer a otros la misma compasión y ternura que El me ofrece.

• ¿Puedo ser el Padre de la parábola?

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