La Tentación
- Francisco Echevarría
- 6 mar
- 2 Min. de lectura
La tradición decía que Israel, en el desierto, había sufrido tres grandes tentaciones: el hambre, la idolatría y la desconfianza en Dios. En los tres casos sucumbió. El Mesías, en el desierto, sufre las mismas tentaciones, pero sale airoso de ellas. Así comienza el tiempo de Cuaresma. Se nos recuerda que la tentación es parte de la vida, que ningún nacido de mujer se libra de ella y que no es humillante la experiencia de sentir la propia debilidad, si bien es importante estar alerta para no dejarse engañar con buenos argumentos -el tentador utiliza incluso la Palabra de Dios para seducir-.
La primera tentación es la de convertir las piedras en pan. La dureza del camino, las necesidades legítimas, la conveniencia puede ser un buen argumento para olvidar que la Palabra de Dios es el primer alimento. Jesús es tentado de ignorar la Palabra -el mensaje que tenía que anunciar- y acomodarla a sus intereses y conveniencia. Sucumbe el hombre a esta tentación cuando sacrifica la verdad para satisfacer intereses personales. Es la tentación de quienes sacrifican la verdad en el altar de la riqueza.
La segunda tentación es un espejismo: se le promete todo el poder mundo. El tentador reconoce que ese poder le ha sido dado y miente cuando afirma que puede disponer de él a su antojo. Engañado y engañando reclama ser tratado como un Dios. Es el espejismo de los poderosos. Sucumbe a esta tentación todo el que gasta su vida en escalar el primer sitio -el que le sitúa por encima de todos los demás-. Es un espejismo estúpido y ya Daniel puso de relieve su inutilidad con la imagen del ídolo con pies de barro. Es la tentación de quienes lo sacrifican todo al dios-poder.
La tercera tentación tiene lugar en el templo. Jesús siente la necesidad de pedir una prueba del favor del Padre. Es la tentación que brota de la desconfianza, de la duda. Israel, en desierto, llegó a preguntarse: ¿Está o no está Dios con nosotros? Es la tentación más peligrosa y afecta de modo especial a los que sacrifican su vida por los demás. La sufren quienes dudan de la eficacia o utilidad de su entrega. Es la tentación de sacrificarlo todo en bien del éxito.
Las tres tentaciones reflejan tres situaciones genuinamente humanas y reflejan tres modos de entender la existencia: el de aquellos que ven en la riqueza el sentido de la vida y no dudan en sacrificar a ella todos los valores; el de quienes lo centran todo en el poder -del tipo que sea- y viven permanentemente en el espejismo de creerse dioses; y el de quienes no soportan la idea de haberse equivocado y viven en la ansiedad de alcanzar el reconocimiento y el éxito. Riqueza, poder y prestigio. El Mesías, guiado por el Espíritu, tenía que soportar la prueba para mostrar el error que supone sucumbir ante el ídolo del poder económico, político o social que, como Saturno, es un dios cruel que termina devorando a sus propios siervos.

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