La elección: Tú o Yo
- Maite
- 6 mar
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Se cuenta que en un convento de frailes había uno, extremadamente comilón, que robaba las viandas de la despensa. El superior, agotadas todas las vías, decidió, para impedirlo, cerrar con llave la puerta. Sin saber cómo el fraile se hizo con un huevo y una sartén, pero carecía de aceite para freírlo. Después de mucho discurrir decidió coger el aceite de la lamparita del sagrario. El superior, que lo vigilaba, lo siguió hasta la capilla y adivinó sus intenciones. Pero su sorpresa fue grande al encontrar allí, sentado en el primer banco y observándolo todo, al diablo. Se dirigió a él con toda una sarta de insultos culpándole de ser la causa de la perdición del fraile glotón. Pero el diablo contestó con desenfado: ¿Yo? Pasmado estoy de lo que se le ocurre sin mí.
Recuerdo a menudo este cuentecillo y su mensaje. No, no hace falta que nos tiente el diablo. Nos bastamos solitos para caer en las tentaciones de nuestro ego, glotón impenitente, que solo busca, con denuedo y extraordinarios recursos, engordar a costa de lo que sea. Sin embargo, el camino hacia la plenitud de nuestro ser, humano y compasivo, nos exige dejar el yo en el tintero para que deje de escribir sus propias líneas de autoafirmación e individualismo.
Y aquí se impone la elección: Dios o yo. Seguir sus caminos o los míos. Dejarme llevar por el Espíritu o por mi yo, manipulador y mentiroso. Dar de lado al poder y el tener, a la utilización de Dios, al individualismo feroz, o elegir una vida de entrega cotidiana hasta el final; de servicio a los demás, de buen samaritano.
Necesitamos el despojo, el silencio y la soledad del desierto para salir de nosotros mismos y poder escuchar la voz de Dios, escondido, al decir de San Juan de la Cruz, en lo más hondo de nuestro interior. Para que su voz resuene y su palabra deje poso; para percibir el susurro del Espíritu que alienta y transfigura lo más recóndito del alma. Son momentos privilegiados de profundización personal, de situarnos, cara a cara, con nuestra propia verdad y nuestros sueños más hondos. De descubrir al que camina a nuestro lado y elegir, entonces, qué hacer: mirar por nosotros mismos o por él. Servir o ser servidos. Optar por un camino de anonimato y ocultamiento o por uno de victoria y reconocimientos.
El Espíritu está con nosotros y nos guía. Una excelente manera de conectar con él es la escucha atenta y frecuente, en un clima orante, de la Palabra. ¿Pero, cómo evitar que el ego, irritantemente persistente, no se sirva de ella para sus propios fines? Un buen método es practicar una escucha desde el silencio de nuestra mente, siempre empeñada en dar lustre a nuestros miedos y ansiedades, nuestras ambiciones y metas más superficiales. Y buscar la luz y la fuerza en la verdad desnuda y la realidad, por pura y dura que pueda resultar.
Luego, todo se jugará a la carta de la elección: o tú, Dios y otro que comparte conmigo el camino de la vida, o yo; mi yo más descarnado y desleal.

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